Una Evangelización para la construcción de una Nueva Sociedad
“Les escribo a ustedes, jóvenes, porque ustedes son fuertes, y la Palabra de Dios permanece en ustedes, y ustedes han vencido al Maligno” (1 Jn.2,14).
Nos encontramos evidentemente, frente a una juventud nueva: más profunda, reflexiva y orante, más sensible a los problemas de la libertad y la justicia, más deseosa de participar en la vida de la Iglesia y en la construcción de la sociedad. Una juventud que quiere comprometerse en una “nueva evangelización”, con plena fidelidad a Jesucristo y al hombre. La celebración de la Jornada Mundial en Buenos Aires -en un continente de cruz y de esperanza, como es América Latina- presenta a los jóvenes un triple desafío: a su oración, a su esperanza, a su amor. Para ello trataremos de reflexionar juntos, a la luz del Evangelio, y de hacer de nuestra vida una opción fundamental por Jesucristo y su Evangelio.
Comenzamos por recordar y asumir dos textos del Evangelio: el primero relativo a Jesús, el segundo a la responsabilidad evangelizadora que recibimos, como Iglesia, de Jesús:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc.4,18- 19).
Una contemplación sobre Jesús -sobre su Persona, su Palabra y su Obra redentora- nos revela que “Jesús mismo, Evangelio de Dios, ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena” (E.N. 7). Todo en Jesús – su Encarnación, sus milagros, sus enseñanzas, su misterio pascual- “forman parte de su actividad evangelizadora” (E.N. 6).
Esto nos enseña ya una cosa fundamental: que la evangelización no es una actividad provisoria, circunstancial o parcial de nuestra vida. Todo en nosotros -nuestra adoración y nuestro servicio, nuestra ocupación cotidiana y nuestro trabajo apostólico, nuestra alegría y nuestro sufrimiento- es esencialmente evangelizador. Somos o no somos evangelizadores; como somos o no somos cristianos. Esto es importante tenerlo presente ahora cuando el Papa Juan Pablo II nos està impulsando fuertmente a una “nueva evangelización”. En realidad, nos está invitando urgentemente a ser cristianos: a dejarnos evangelizar, a dejarnos convertir, a comprometernos más seriamente con Jesucristo y los hermanos.
Pero el texto que hemos citado nos habla, además, de tres realidades que se dieron en Jesús y que tienen que darse en nosotros si queremos heredar de veras, como Iglesia, la misión evangelizadora de Jesús: el Espíritu Santo, la Buena Noticia, los pobres.
– El Espíritu Santo que consagra por la unción. Lo hemos recibido por el Bautismo y la Confirmación (los Obispos, los presbíteros, los diáconos lo hemos recibido, además, por el Orden). Es el Espíritu de la santidad y de la evangelización, de la palabra y del testimonio. “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos” (Hechos 1,8). Es el Espíritu que nos introduce en la Palabra que hemos de anunciar y en el corazón del hombre destinatario de nuestra evangelización.
-La Buena Noticia: es la proclamación del Reino, con sus exigencias de conversión (cfr. Mc.1,15), es el anuncio de la alegría de la salvación. Para nosotros, es el anuncio de Jesucristo “el Salvador del mundo” (Jn.4,42), Jesucristo Camino, Verdad y Vida, Jesucristo muerto y resucitado, Jesucristo “crucificado: fuerza y sabiduría de Dios” (1 Cor.1,23-24).
-Los pobres (los cautivos, los ciegos, los oprimidos): son los primeros destinatarios del Evangelio de Jesús; porque son los más disponibles para recibir el don de la Buena Noticia y acoger en su corazón el Reino (cfr. Mt.5,3). Así se identificó Jesús ante los dos discípulos de Juan enviados para saber si era él quien había de venir o deberían esperar a otro: “Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres” (Lc. 7,22).
El compromiso liberador de Jesús con los pobres y todos los que sufren es el signo más evidente de su misión evangelizadora. Lo debe ser, también, para nosotros. Pero volveremos más tarde sobre este punto. Entre tanto anotemos que no puede haber “nueva evangelización” , sin una nueva efusión del Espíritu Santo que nos ayude a penetrar sabrosa y contemplativamente la Palabra de Dios y simultáneamente nos dé una honda capacidad para descubrir y servir a Cristo en los pobres. El Espíritu Santo, la Buena Noticia, los pobres: son tres elementos claves para una “nueva evangelización”.
El Segundo texto evangélico se refiere a nuestra esencial misión evangelizadora, como Iglesia, que recibimos de Jesús el primer evangelizador:
“Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc.16,16).
El texto paralelo de Mateo completa: “Yo estaré siempre con ustedes hasta el final del mundo” (Mt.28,18-20). Como queriendo decir: “Yo soy siempre el mismo, el principio y el fin; no tengan miedo, pero ustedes vayan renovando, de acuerdo a los tiempos nuevos, mi invariable mensaje de salvación.
La orden dada por Jesús a los Doce “vale, también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. Por esto Pedro los define “pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que los llamó de las tinieblas a su luz admirable” (E.N. 13). La misión esencial de la Iglesia es la de la evangelización. “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (E.N.14)
Esto es importante subrayarlo hoy en que se quiere animar y promover la participación de los fieles laicos en la misión global evangelizadora de la Iglesia. Cuando hablo de la “misión global” evangelizadora de la Iglesia, con respecto a los laicos, me refiero a la unidad indisoluble de estas dos tareas de los laicos: construir la comunidad cristiana y edificar la ciudad de los hombres.
El último Sínodo extraordinario insiste en la urgencia de esta misión evangelizadora de la Iglesia: “La evangelización es la primera función no sólo de los Obispos, sino también de los presbíteros y diáconos, más aún de todos los fieles cristianos… Se requiere, por tanto, un nuevo esfuerzo en la evangelización y en la catequesis integral y sistemática” (R.F. II,B,a,2).
Tal como se formula el título de la ponencia -“Una nueva evangelización para la construcción de una nueva sociedad”- nos sugiere tres observaciones previas:
a.- que se trata de anunciar de nuevo a Jesucristo y Jesucristo crucificado a los hombres de hoy;
b.- que este anuncio de Jesús tiende a la conversión del hombre (llegar a crear “el hombre nuevo”) para la construcción de una nueva sociedad;
c.- que no se trata de volver a una “nueva cristiandad” sino de procurar que el fermento del Evangelio penetre en todas las culturas, las asuma en su propia identidad y logre formar con todos los pueblos una nueva civilización de la verdad y del amor. Se trata de “proponer una nueva síntesis creativa entre Evangelio y vida” (Juan Pablo II, 11/10/85).
Cardenal Eduardo Francisco Pironio